lunes, 28 de marzo de 2016

¿Por qué tengo ansiedad?

El miedo es necesario en nuestras vidas porque nos ayuda a mantenernos con vida. Si vemos un estímulo peligroso sabemos que tenemos que huir (lo más sensato) o enfrentarnos (si creemos ser Chuck Norris) pero, ¿cuántos estímulos peligrosos hacemos frente en nuestro día a día? Pocos, por no decir casi ninguno. Hoy en día, según donde vivas, nadie piensa que vaya a ser atacado por un asaltante o por un animal peligroso, de forma que hemos tenido que adaptar nuestra forma de vivir y sufrir el miedo.

Vivir en sociedad es lo que nos hace sentir seguros si exceptuamos el riesgo de accidentes, catástrofes o enfermedades, pero al mismo tiempo nos genera nuevos problemas a los que, a priori, no estamos fisiológicamente preparados, como por ejemplo adaptarnos al estatus o lugar que ocupamos en nuestra comunidad.

Hasta no hace mucho tiempo, unos pocos años, ese estatus social nos indicaba el nivel de protección al que teníamos derecho, mediante el acceso a alimentación, seguridad o salud pública. A mayor estatus, mayor acceso. Había personas que en determinados momentos podían trascender las barreras sociales y subir de estatus, pero la mayoría se resignaban a vivir como les había tocado. Y la resignación proporciona mucha seguridad de que el futuro no va a cambiar.
Actualmente casi nadie tiene percepción de riesgo vital inmediato, salvo en los casos excepcionales que he mencionado antes; tampoco estamos muy atentos a nuestro estatus social a menos que estemos por debajo de lo que deseamos, y lo que nos proporciona más incertidumbre, que no es más que una forma de miedo, son las relaciones en las que vivimos.

Las relaciones que mantenemos son de dos tipos: las heredadas y las escogidas. Se supone que las segundas implican más responsabilidad que las primeras por el hecho de ser consecuencia de una elección personal, pero en verdad ambas nos provocan problemas. Cuando no tenemos que preocuparnos por nuestra supervivencia ni por nuestro estatus social, nos preocupamos de nuestras relaciones, que no es lo mismo que ocuparse bien de ellas...

Las relaciones nos alteran cuando deseamos (o alguien desea) controlarlas. La búsqueda de control de una relación produce tensiones a las dos partes, a quien desea controlar y a quien busca no ser controlado. Da igual si la relación es familiar, profesional, de amistad o de pareja. Evidentemente la ansiedad es más intensa cuanto más cercana es la relación.

En muchas ocasiones lo que nos ocurre es que no somos conscientes de ello y nos acostumbramos a la tensión que nos genera una determinada relación, aprendemos a vivir con ella como si de una carga pesada se tratara, y cuando sucede algo nuevo, un acontecimiento que no esperábamos, nos sentimos desbordados y es entonces cuando nos damos cuenta de la ansiedad que sufrimos. De esta manera atribuimos a este suceso "la culpa" de nuestra ansiedad con frases del tipo "Todo iba bien hasta que..." o "Ha sido la gota que colmó el vaso".

Y claro, somos conscientes de la gota que colma el vaso pero no prestamos atención a todas las gotas que previamente lo llenaron.

Todo proceso de terapia conlleva un trabajo sobre las relaciones significativas en cualquier área que mantiene la persona. En ocasiones este trabajo provoca tensiones que ponen a prueba la solidez y la flexibilidad de la relación. Obviamente estas tensiones no son siempre bienvenidas...

Por tanto, y sin ánimo de alargarme más, la respuesta a la pregunta que encabeza este texto se responde sola: En un alto porcentaje de los casos tenemos ansiedad a causa de las relaciones que mantenemos, a los esfuerzos excesivos que realizamos para controlarlas, manipularlas o evitar que otro lo haga. La ansiedad suele ser la respuesta fisiológica a un sufrimiento relacional.